Relato en Primera Persona: UNA SACUDIDA INESPERADA EN NEPAL

1/05/2015

Ana Belén Puebla, la coordinadora de Nepal Sonríe en Nepal, vivió el fatídico terremoto en primera persona. En el siguiente documento nos narra como lo vivió. Nepal Sonríe tenía además a 4 voluntarios/as en Nepal. Afortunadamente ninguno de ellos tuvo ningún percance. Os dejamos con el relato de Ana:

"Justamente esa mañana lo tenía todo más claro que nunca. Me levanté después de unos días trabajando en la nueva zona en la que me había instalado, y por fin me sentía cómoda.

Me levanté con ganas de hacer cosas, con las ideas muy claras y con ansias de organizar las tres semanas que me quedaban de trabajo.

Mi cabeza estaba llenando cada minuto de lo que iba suceder en adelante, tanto que, casi me parecía estar viviéndolo ya. Curioso pensarlo ahora…

Decidí pelarme una manzana e irme al encuentro con mi compañero de trabajo, Ramhari Jee.

De repente la puerta sonó… “otra vez mi vecina”… que no paraba de llamarme y venir a verme desde que me había instalado y con la que había mantenido numerosas “conversaciones” en las que ella me hablaba en Nepalí, y yo sonreía e intentaba enterarme de qué hablábamos.

Pero de repente se mostraba extremadamente insistente y brusca, lo cual me descolocó.

Sonaron los cristales y noté un temblor general… “¿otro tractor?“

Pero la sacudida cambió sin aviso. Ya no era un temblor, era un movimiento horizontal fuertemente marcado.

Un terremoto. No cabía duda.

Me levanté y sentí un mareo que me agarraba desde la boca del estómago hasta la garganta.

ana.jpgMiré a mí alrededor y empecé analizar la situación. Nada podía caérseme porque no tenía nada en la habitación excepto un perchero, que no llegó a caer; la casa se agitaba, pero de una forma tan armónica que no despertó el pánico en mí; podía moverme despacio, así que salí a la puerta.

Empezaron los gritos y las avalanchas de vecinos a ninguna parte.

El terremoto duró mucho más de lo que me esperaba, pero por alguna extraña razón, yo no estaba asustada. Supongo que simplemente estaba desubicada, espectante.

Y una vez se detuvo el movimiento… empezó el terror.

En Nepal no había habido un terremoto de estas magnitudes desde el año 1934. La mayoría de la gente nunca había sentido algo así, no sabían que tenían que hacer, y sólo gritaban asustados y asustadas.

Las réplicas fuertes se fueron sucediendo durante todo el día. Cada vez que empezaba a notar que me mareaba, que se me movía el estómago como en un barco en mitad de una marejada, comenzaba de nuevo.

En lo único que podía pensar era en la Bal griha (casa de acogida en nepalí) donde llevo más de tres meses colaborando. Justamente ahora no estaba allí, precisamente hoy.

Pensaba en los voluntarios, en las trabajadoras, que seguramente estarían aterrorizadas, y en los niños.

Por supuesto, por más que lo intenté, no conseguí contacto telefónico.

Me repetí a mi misma que todos estaban bien, que si en Basthipur no había pasado nada grave, en nuestro barrio de Hetauda tampoco. Me lo repetí una y otra vez mientras iba a buscar a Ramhari al punto de encuentro.

La gente del pueblo no paraba de reir nerviosa, se aglomeraban en las puertas de las casas, lejos de los techos, comentando lo que había pasado y me gritaban mientras pasaba por el lado. Y cuando llegué al templo empecé a enterarme de todo.

Kathmandú estaba fuertemente afectada, el epicentro había sido entre ésta ciudad y la de Pokhara y los destrozos habían sido inimaginables por el momento. Cogí algunas de mis cosas y nos fuimos para Hetauda.

Cuando llegué, recibí uno de los mejores abrazos que me han dado, una de mis amigas que estaba realmente preocupada por mí, y aliviada al ver que ya podía dejar de llevar el control de la situación.

Atropellados, todos los voluntarios empezaron a contarme cómo lo habían vivido, cómo habían reaccionado, cómo se sentían… Las caras de susto aún las tenían.

Evidentemente, el pánico cunde cuanta más gente hay a tu alrededor y me di cuenta que, lejos de lo esperado, al haber estado sola había podido gestionar mejor mi reacción.

Ahí fue cuando empecé a ser consciente de lo que estaba sucediendo. Cuando empezaron a llegarme las noticias, cuando empezaron a aparecer los muertos y las pérdidas.

Nadie volvió a entrar a sus casas hasta pasadas 48 horas. Sacaron las mantas, las esterillas, nos reunimos en grupos y acamparon en cada zona abierta durante dos días por miedo a otro terremoto y a morir aplastados. Aunque en Hetauda los daños fueron pocos, el miedo se sentía por todas partes.

No podía creerme que la ciudad donde había estado hacía poco más de una semana, estaba sufriendo de esa forma. Que tantas familias a sólo 80 kilómetros estaban presos del pánico, la desolación, el terror, la incomprensión de lo que estaba pasando, de por qué a ellos, de por qué ahora.

Una ciudad milenaria ha caído. Miles de personas se han ido con ella, con cada uno de sus olores, de su bullicio, de sus cables y de sus piedras llenas de nuestra historia. Y un poquito de los nos hemos quedado aquí, también los hemos acompañado."

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